Hace pocas semanas que terminó el proceso selectivo para cubrir las plazas de la oposición conjunta de ertzainas y policías locales convocada por el Departamento de Interior del Gobierno Vasco, la promoción XXXII, que estas cosas siempre van en números romanos, quién sabe si en recuerdo de sus disciplinadas y bien formadas legiones o como reminiscencia de aquellos tiempos en que la cultura consistía en algo más que en que otros te aprueben el curso por más que tú te empeñes en suspenderlo.
Diré que de esas treinta y dos promociones llevo veinticinco, si no me falla la memoria, preparando a esos chicos no para ser policías, sino para aprobar la oposición y que en Arkaute les enseñen a serlo. Y les diré que el camino no es fácil, ni para mí ni para ellos. Para mí porque me lo tomo por lo personal, me exige mucha dedicación, durante unos meses estoy disponible a todas horas, los hay que vienen a mi casa y cuando uno me dice que ha suspendido me llevo un disgusto; para ellos porque, como se ha demostrado recientemente con el asesinato vil de los dos guardias en Barbate, la sociedad vive de espaldas a uno de los servicios fundamentales en el mantenimiento de las libertades públicas. Tan de espaldas que, si alguna vez les miran, es con indiferencia ante los sufrimientos de una profesión peligrosa, si no con abierto desprecio. Ya me dirán ustedes en qué país del mundo, ante la muerte de dos servidores públicos, los partidos gobernantes se niegan al sencillo homenaje de brindarles un minuto de silencio o poner la bandera del cuartel a media asta, ya me dirán también dónde cada vez que se convocan oposiciones aparecen pasquines como el que ilustra este artículo sin que ello tenga las consecuencias que nuestro Código Penal prescribe para quienes esparcen el odio a determinados colectivos. Aunque hay colectivos y colectivos, eso es verdad, y no me compare usted los que tiran piedras con los que llevan uniformes. También hay connivencias y mercadeos con unos sí y con otros no, pero ya hablaremos de eso en otra ocasión.
Y, sin embargo, estos jóvenes, chicos y chicas, quieren ser policías. Unos por vocación y otros por asegurarse un trabajo en condiciones dignas, por lo que sea, pero han elegido hacer del servicio a los demás su profesión, lo cual es más de lo que se puede decir de la mayoría de políticos que les gobiernan. Y eso merece respeto. Les diré, además, que ellos son lo mejor de nuestra sociedad, los más comprometidos, los más esforzados y, como constato año tras año, los mejor formados. Ingenieros, arquitectos, informáticos, juristas, criminólogos, al lado de peones de obra, vigilantes de seguridad, camareros y repartidores. Talento y laboriosidad. Mente entrenada y callos en las manos, en este oficio todo cabe y se valora si se cumple un único requisito: sacrificarse hasta donde haga falta sin otra recompensa que el recuerdo de los que estuvieron a tu lado el día que salió la bola negra. Para eso les pagan, ¿verdad? Para que a tu hija no la violen cuando sale de fiesta y, si la violan, poner al responsable en manos de unos jueces que decretarán libertad provisional antes de que acabe el turno, para que el navajazo que te iban a dar a ti a la puerta del garito se lo lleve el policía que ha ido a mediar en tu mierda de trifulca de borracho, para que tú puedas insultarles cuando están de servicio sin que te revienten la cara con la hostia que mereces, para que te llamen si tu hijo menor de edad ha pillado un coma etílico porque no lo sabes educar; para eso y para mucho más están. Lo que no sé, en frío, en si el sueldo compensa.
Últimamente la delincuencia sube, el respeto baja, la implicación de los gobernantes tiende a cero y el uso abusivo que hacen en general los jueces de la libertad provisional ponen en riesgo no solo nuestras vidas y haciendas que ya es bastante, sino todo el sistema occidental de valores, incluidos los derechos humanos. Y aún así, como en una distopía que contradice la lógica de lo racional, en cada convocatoria hay más candidatos. No envidio a los examinadores forzados a elegir entre la brillante investigadora del cáncer en la UPV que no puede pagar el alquiler con su sueldo y el chaval que dejó el instituto para sacar adelante a sus hermanos tras quedar huérfanos de ambos padres en un accidente de coche; no ha de ser fácil y llego a imaginarme que tenga algún coste emocional el rechazar a uno de los dos, sobre todo porque ambas son historias reales, cosas que uno escucha cuando les entrevista procurando poner cara de póquer y hacerte el insensible. Así, cada vez que un policía es atacado me digo que es normal, que a eso vinieron, que sabían lo que había y que lo tienen asumido; pero cada vez que un político o un juez justifica, alaba, comprende, perdona o apoya a un delincuente me llevan todos los demonios, qué quieren que les diga, y es entonces cuando me digo que, a día de hoy, yo ya no valgo para esta profesión, no tengo el cuajo y menos lo voy a tener a medida que avanzan los años y las cosas siguen de mal en peor. Pero ellos sí, ellos valen. Valen y sirven, así que no me los estropeen. Si es usted ciudadano, les respeta, si es juez les apoya, si es político les dota de medios y si es su madre, siéntase orgullosa.
Volviendo a los romanos, hoc voluerunt, dijo Cayo Julio César tras una batalla hoy olvidada. Y ahora, corran al traductor a ver qué significa, aunque dudo de que muchos lo entiendan.