La dignidad del funcionario

Yo ya sé, no se me ha olvidado de repente, que escribo un blog titulado OBSERVATORIO VASCO DE SEGURIDAD-EUSKAL SEGURTASUN BEHATEGIA y que semejante denominación obliga a hablar precisamente de eso, de los problemas que tiene la ciudadanía vasca en punto a la paz y tranquilidad con que puedan desarrollar sus vidas en este pedacito de tierra verde llamado Euskadi. Sin embargo, hoy he querido mirar algo más allá de mis narices para poner sobre el tapete una cuestión que me preocupa casi tanto como que mis vecinos puedan sacar dinero de un cajero tranquilamente o que las chicas que vuelven a casa de una fiesta lo hagan sin tener que volver la cabeza atrás cada minuto para comprobar si las sigue un violador. Y espero que el artículo sea de su agrado o por lo menos que les haga reflexionar.

En 2022 había en la Comunidad Autónoma Vasca un total de 152.878 funcionarios (fuente: El Correo), esto es, un 10% más que hace 8 años. Del total de la población activa, un 14,5% trabaja para la Administración. Pero esto no es todo, pues en esta estadística no figuran los trabajadores de las contratas públicas, Bizkaibus por ejemplo, que en nómina de empresas privadas sirven igualmente a los intereses públicos. Es decir, pongamos, pues no dispongo de los datos de estas contratas, que un 25% de los currelas vascos trabaja para sus conciudadanos, un número, por cierto, que no deja de crecer ejercicio tras ejercicio. Entonces, ¿por qué funcionan tan mal de unos años acá todos los servicios públicos? Pero, oiga, todos es todos, que diría Pedro Sánchez. Sepan que la última vez que acudí a una oficina de la Seguridad Social para ver que había de lo mío, o sea, mi fecha exacta de jubilación, un vigilante se me cuadró en la puerta impidiéndome, educadamente eso sí, el paso y facilitándome un número de teléfono con el que contactar para concertar cita. Meses después, literalmente, me harté de llamar a aquel número que nunca descolgaban y probé en la página web donde otro amable mensaje me informaba de que no había citas disponibles, no para hoy ni para mañana, sino para nunca jamás. Al final, tuve que gastarme los cuartos y una gestoría me tramitó la cita a la que acudí con todos los papeles menos uno, así que tendré que repetir el calvario. Hace pocas semanas, la muerte de una mujer a manos de su pareja desató la polémica por la catalogación que de la peligrosidad del individuo se había realizado por la Ertzaintza en una evidente descoordinación con otro cuerpo policial de ámbito nacional que lo consideraba como muy peligroso. De Osakidetza uno recuerda con nostalgia cuando iba al ambulatorio, preguntaba aquello de “quién es el último”, se ponía detrás y esperaba a ser atendido ¡y lo era! Hoy, salvo que digas de vas de parto, tienes que pedir cita, te dicen que cuentes qué te pasa por teléfono a una persona de la recepción que no es médico y como sea verano, a la que te descuidas te han cerrado el ambulatorio del pueblo. En los juzgados mejor ni pensar, cientos, miles de pleitos aplazados, prescritos, anulados, delincuentes de sangre con penas disminuidas por esa atenuante tan genérica como temible para la víctima que han dado en llamar de “dilaciones indebidas”. En fin, un desastre. ¿Pueden imaginarse ustedes como funcionaría su hogar si siendo cuatro personas en su unidad familiar tuvieran un empleado a su disposición solo para realizarles cualquier trámite? Hacienda, sanidad, temas laborales…, todo resuelto por un especialista en cada materia. Seguro que les quitaría mucha carga de encima y estarían ampliamente satisfechos. Por otro lado, si usted fuera empresario, ¿permitiría que su empresa funcionara con un 30% largo de absentismo laboral? No ponga esa cara, es el que hay en la administración pública alavesa, declarado el año pasado por sus responsables. Yo creo que para empezar despediría al gerente y luego me pondría a hablar en serio con los trabajadores para ver dónde está el problema. Parece lo lógico.

Los servicios públicos, amables lectores, están dirigidos no mal, sino catastróficamente por sus gestores actuales, políticos la mayoría, que han llegado, como dijo aquel de Valencia, para forrarse o, si lo quieren más edulcorado, para ganar un sueldo que en base a sus menguados méritos nunca podrían soñar con obtener trabajando en sectores donde la eficiencia, la productividad y la competitividad son el santo y seña de su actividad. Por eso, cada vez que hay una huelga en el funcionariado yo, a contracorriente de la opinión pública, la entiendo y la justifico porque se lo que es tener un buen salario y unas buenas condiciones pero estar a las órdenes de una banda de cretinos cuya misión en la vida parece ser la de desmotivar a sus subordinados, volviéndolos tan zotes que así ellos lo parezcan menos. Conozco la sensación de haber llegado a un puesto en el que, agradecido por ganar una oposición, te quieres dejar la piel trabajando y que en dos años estés ya solo pensando en que el reloj marque la hora de salida. La desidia del funcionario, lo llamaba un excelente jefe de personal que conocí. Una desidia que viene de ver, entre otras cosas, validada la famosa teoría de la mediocridad, según la cual son los menos capaces los que van ascendiendo en detrimento de los trabajadores con criterio y espíritu innovador hasta ocupar puestos en los que ya son manifiestamente ineficaces y que suponen su techo profesional, pero de los cuales no se les puede apear porque los tienen en propiedad. Entiendo a los funcionarios huelguistas porque ni el dinero ni las condiciones laborales lo son todo y cuando la desmotivación es sistémica ya nada te satisface. Y me enfado igualmente con ellos porque cuando no existe en la persona que las disfruta compromiso, vocación y espíritu de servicio ese dinero es malgastado.

Hace ya tanto tiempo que el recuerdo se me pierde en la nebulosa de los tiempos, pero hubo una época en la que mencionar que eras funcionario vasco era cosa de orgullo en cualquier punto de España. Sanidad, la mejor; Ertzaintza, la envidia de la Guardia Civil y Policía Nacional por sus medios y su formación; funcionarios de la administración autonómica, más de lo mismo. Hoy muy poco queda de aquello, la falta de medios, la descoordinación, la indolencia y el funcionamiento por inercia del que vive de glorias pasadas hace que cunda el desánimo en los servidores públicos y el descontento en los ciudadanos mientras seguimos oyendo repetir el mantra de lo buenos que somos, lo bien que vivimos y lo puntuales que son los malos sucesos que sufrimos cada vez más a menudo.

Y hoy he querido escribir sobre esto porque seguridad es todo, es un concepto tan amplio que no puede sino abarcar también la seguridad jurídica, la convicción de que aquellos a los que pagamos nos sirvan con esmero y dedicación y que aquellos a los que votamos sean mejores que nosotros. Yo querría un sistema de listas abiertas, poder votar a un socialista para una cosa, a otro del pepé para otra, quizá a un podemita para temas sociales o a uno de Bildu para gestionar la policía y que lo hicieran bien todos. No es así y hemos de conformarnos, que no es cosa de llamar a la insurrección, pero fíjense que sí me gustaría llamar a los funcionarios a formar piña y a hacer una huelga total e indefinida de todos los servicios pidiendo solo una cosa: dignidad para la función pública. Ahí sí, ahí les temblaban las canillas a los políticos.

Nota: Hágoles observar a los lectores que he dicho “me gustaría” llamar a los funcionarios a una huelga, pero que no lo hago. No sea que el próximo artículo se lo tenga que hacer llegar a ustedes metido en el recto a través de mi abogado. 

Una respuesta a “La dignidad del funcionario

  1. Buena apreciación y repaso del desmorone de las instituciones publicas, entre ellas la de la seguridad, que es una sombra de lo que fue. Hace años que se ha ido abandonando la institución de la Ertzaintza, 12 años si nos atenemos a los años que llevan sin convenio, y ya vemos como inexorablemente van apareciendo los lodos. La ciudadania es el ultimo sufridor y en breve puede hablar con sus políticos en las urnas.

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