Violencia en las calles, ¿nos cuentan la verdad?

Este año, el 24 de octubre concretamente, se cumplían veinte años del asesinato en la cárcel de José Antonio Rodríguez Vega, por mal nombre el Mataviejas. De sus andanzas por la ciudad de Santander se sabe que violó y asesinó al menos a dieciséis ancianas. Digo al menos porque, escrutado el macabro museo de pertenencias de las víctimas que atesoraba en su domicilio, hubo muchas que no pudieron ser adjudicadas a ninguna de las fallecidas, así que cabe la posibilidad de que hubiera más. Quizá muchas más cuyas muertes, como sucedió con las primeras víctimas que se hallaron en sus camas perfectamente vestidas, fueron atribuidas a causas naturales debidas a su avanzada edad. Como durante el juicio pudo comprobarse, Jose Antonio Rodríguez era un psicópata con una relación amor-odio hacia su madre a la que un día amaba y otra deseaba matar de la manera más cruel. El argumento de una película de terror pero inserta en la realidad cotidiana de una ciudad de provincias. Al Mataviejas lo mató el Zanahorio en la cárcel de Topas, provincia de Salamanca, por chotas y por decir que cuando saliera se iba a forrar escribiendo sus memorias.

La cuestión que me hace traer aquí esta historia es la circunstancia de que tuvieron que ser dos periodistas de El Diario Montañés los que, en una serie de artículos basados en sus propias averiguaciones, muchas de ellas portal por portal y timbre por timbre hasta conseguir dar con vecinos, testigos y domicilios, conectaron varios casos llegando a la conclusión de que la repetición exacta de circunstancias de aquellas muertes (posición, vestidos, falta de algunas pequeñas joyas u objetos decorativos..) abonaba la hipótesis de que un asesino serial campaba a sus anchas matando ancianas desde, que se sepa, agosto del 87 a un ritmo de una o dos mujeres al mes hasta enero del siguiente año en que fue detenido. En esos meses terribles, las autoridades negaron siempre la existencia de la bestia, acusaron a los periodistas de sensacionalismo, intentaron acabar con su prestigio profesional y redujeron sus investigaciones rigurosas a la categoría de invenciones para vender periódicos. Se la tuvieron que envainar, claro, cuando el psicópata fue detenido y salieron a la luz las dieciséis víctimas que hoy se conocen. Y es que al poder, aunque sea en una democracia, no le interesa la verdad cuando ello puede afectar siquiera de lejos a sus previsiones de voto. Lo vemos demasiadas veces. Acaso sea por esto, y por más cosas, por lo que la democracia en España ha pasado a ser considerada «defectuosa», según la clasificación que todos los años elabora el prestigioso diario londinense The Economist. En aquel caso de infausto recuerdo, se permitió por la Delegación de Gobierno, los mandos policiales y el gobierno de Cantabria que un psicópata actuara a su antojo sin prevenir a la población de lo que se le venía encima, sin publicar las muertes, sin posibilitar que hijos cuyas madres vivían solas pudieran llevarlas momentáneamente a sus casas para que estuvieran protegidas, sin dar la posibilidad a los ciudadanos de colaborar con la policía haciéndoles llegar sus sospechas, sin que ni siquiera los policías locales, conocedores como nadie de la ciudad y sus habitantes, pudieran establecer dispositivos de vigilancia. Y fíjense ustedes que este individuo ya había estado en la cárcel por violación y que como pasaba en aquellos tiempos, había sido liberado mucho antes del cumplimiento de su condena por haber obtenido un perdón de las víctimas que hoy, amén de no tener ninguna relevancia penal, se consideraría viciado desde el momento mismo de ser solicitado por un violador a su atemorizada víctima. Le perdonaron todas menos una. Así pues, no fue tan difícil dar con él tirando de antecedentes y atando cabos por aquí y por allá. Pero eso fue tarde, muy tarde. Dieciséis víctimas tarde.

Ayer me convocaron desde la ETB para dar mi opinión en el Teleberri sobre el aumento de la violencia y la proliferación de armas blancas. Dije lo de siempre, lo que vengo diciendo hace años, lo que la población, a la que sirvo desde hace tres décadas, tiene derecho a saber. Que sí, que hay un sector de la juventud que por la infantilización propia de las nuevas generaciones acostumbradas a tener todo a cambio de nada, por la ingesta habitual de alcohol, opiáceos y drogas de diseño desde edades tempranas, muchas veces banalizadas hasta por los padres, por la pérdida de prestigio de la autoridad legítima, tantas veces alimentada por quienes tendrían la obligación de garantizarla, por las carencias de un sistema educativo cada vez más desigual y menos exigente y por muchas otras razones que no caben ni en veinte teleberris, pienso que los espacios de ocio juvenil son más inseguros, que hay más apuñalamientos porque a quien quiere salir de fiesta armado no le cabe ni pensar que un policía pueda cometer el atropello de cachearle para ver si lleva un cuchillo entre las ropas, que la violencia que se ejerce en esos ámbitos, sobre ser cada vez más gratuita y las más de las veces por sandeces, es además mucho más intensa y grave. Y que, finalmente, viendo uno lo que ve, lo que ha visto en treinta años de profesión, ha comenzado a creer que Dios existe, pues de otra manera todos los fines de semana tendríamos tres o cuatro muertos apuñalados o apalizados. Y eso, hoy por hoy, no es así, todavía no, aunque a alguno le toque. Aunque cuando vemos la foto de un joven rubio, apuesto, con cara de buena persona y nos dicen que se llamaba Lukas Aguirre y tenía veinticuatro años, se nos salten las lágrimas. A usted ciudadano, de pena; a mí, policía, de rabia.

Ayer hablé en el Teleberri y habló también el Alcalde de San Sebastián y, desde nuestras posiciones, ambos dijimos lo mismo y yo me alegré porque hace exactamente un año, en otro programa, en otra cadena y en directo, una periodista me cortó el discurso porque de él se desprendía que la gente no iba a poder andar tranquila por San Sebastián. Miren, yo digo lo que digo, que son cifras y datos; el que, a su luz, consideren que sus hijos puedan o no estar tranquilos eso ya es cosa suya que para eso son padres. Yo bastante tengo con lo mío.

Deja un comentario