Lo diré ahora para que, si no está usted de acuerdo conmigo, pueda empezar ya a desear mi muerte bajo tormento en aras de la sacrosanta libertad de expresión o, al menos, no pierda tiempo leyéndome. Lo digo, pues: Me parece desproporcionada la medida de prisión provisional aplicada a los dos policías que dieron una paliza a un señor de Linares en presencia de su hija de catorce años. Y me explico. No me parece mal que dos chuloputas, amparados en una placa policial, den con sus huesos en la cárcel por obrar como los esbirros del sheriff “Little Bill” Daggett que en 1881, como es bien sabido, ordenó por toda compensación a la desfiguración de una prostituta, que los autores regalaran un par de caballos al dueño del burdel, decisión que provocó gran indignación entre las trabajadoras sexuales y a la postre la intervención de Clint Eastwood que, sin perdón, dejó el pueblo como un solar. Quien por un empujón a la salida del bar da una paliza a un ciudadano, ni merece ser policía ni volver a cobrar en su vida un sueldo público, cosa que digo de antemano porque políticos hay que, después de haberlo hecho, se jactan de ello atusándose las rastas en su escaño del Congreso de los Diputados.
Lo que me parece mal es la doble vara de medir. Esta semana, perplejo y apenado, he visto como turbas de agitadores han intentado asesinar, ASESINAR, a varios policías. Pedradas en la cabeza, golpes y golpes con el palo de una señal en la cabeza de una agente caída en el suelo, emboscadas, lanzamiento de piedras de más de un kilo de peso, patadas entre media docena de jóvenes a más agentes caídos…. Ninguno está en prisión. Los pocos detenidos por atentados a agente de la autoridad han sido puestos en libertad con mucha prisa y sigilo porque estarían, digo yo, en el libre ejercicio de su derecho a expresarse. Otros lo hacen escribiendo.
Da la impresión de que los policías no sangran, o no tienen madres ni hijos. Que su salud, no ya física, sino mental, no importa a nadie y, en ese piensa que te piensa en el que llevo estos días, he llegado a la conclusión de que cuando se los envía a actuar en este tipo de situaciones, se les manda para, precisamente, que los energúmenos gasten su energía apalizándolos en previsión de que, a falta de otra carnada más apetitosa, se den la vuelta y un día al que linchen sea un político. Son, por decirlo así, la válvula de escape que evita que el conflicto social se nos vaya de las manos y derive en algo peor. “Dejen a los chavales que se desahoguen”, parecen pensar esta inmundicia que nos gobierna. Hablo de los socialistas, porque el pensamiento de la otra parte del gobierno, me ha quedado claro: sacar rédito de la violencia para mantener sus privilegios de pura casta. Aquí nunca ha importado que haya muertos, siempre que sean policías. Ni cuando existía ETA, ni ahora. Es la norma que, cuando la actuación policial empieza a dar réditos, alguno la frena, pone palos en la rueda o directamente da el soplo a los criminales para frustrar las detenciones, acuérdense del caso Faisán.
Hace un par de años, en un programa de la televisión española, manifestaba yo mi extrañeza porque tras la detención de unos delincuentes sorprendidos in fraganti y con cientos de antecedentes violentos, el juez los hubiera dejado libres en cuanto se los presentaron. Me rebatía en tono aleccionador otro juez, con decanato, informándome de que ellos solo cumplen la ley, que no pueden hacer otra cosa y bla, bla, bla… Eran poco más o menos que unos auxiliares administrativos con un cursillo, vamos. Mentira. Los jueces aplican la ley según criterios de proporcionalidad y disponen de un amplio margen de arbitrio jurisdiccional, que ya se guardan ellos para que sea incontestable. Por eso deciden que cuando alguien le rompe la nariz a un señor vaya a la cárcel si es policía y que cuando alguien intenta asesinar o dejar parapléjica a la única mujer de la unidad policial interviniente, seleccionándola además por su condición de mujer y su mayor vulnerabilidad física, quede en la calle a esperas de un juicio cuyos resultados jamás se airean y que, me temo, consisten en una multa que no se paga y una condena privativa de libertad que no se cumple. Si no hay en esto una discriminación flagrante de unos ciudadanos frente a otros baje Dios del cielo y lo vea. Y además, poco importa que el Código Penal contenga prescripciones suficientes para agravar la agresión cometida a un policía durante el ejercicio de su labor. Eso sí, cáguese usted en los muertos de una señoría y verá de cerca el hotel Las Rejas.
Tres días ha tardado el Presidente, indigno presidente, en condenar tibiamente la violencia. Del Ministro de Interior, otrora ejemplo de jueces combativos con el terror, no tenemos noticia. No son ya los policías su gente. Ahora lo son los Echeniques y otros alentadores de la violencia. Agazapado en su rincón, entre maderas nobles y Audis blindados, se afana por lo mismo que todos en el gobierno, seguir un día más. ¿Para qué? Por principios no será, no los socialistas. No, desde luego, los de la unión de los pueblos, la justicia social, la paz y la concordia que muchos abrazamos un día.
Todavía hoy me desayuno con la consigna de los mandos de la Policía Nacional a los antidisturbios para las próximas movilizaciones: aguantar hasta que peligre la integridad física de los agentes seriamente. Mucho me temo que quien dé la orden no esté allí, bajo las piedras, para decidir el momento en que ello sucede. Si acaso se siente a la derecha del padre ministro en alguna reunión sonriendo mucho para trabajarse el próximo ascenso o para agradecerle la plaza recibida con menos merecimiento que el que le precedía, quién sabe.
Cuando los que alientan y jalean los disturbios hablan de las cargas policiales y se enervan si oyen la orden de “a partir de ahora tirar a dar” con proyectiles de foam, siempre ponen cara de dignos y, ante la catetada que todavía les aguanta, sueltan palabros como el de la proporcionalidad y la congruencia. Pues aquí vengo yo a explicarles lo que es proporcionalidad. La proporcionalidad consiste en la adecuación de medios en respuesta a una agresión ilegítima previa. Considero proporcional, por ejemplo, que si a usted le golpean en la cabeza con una barra de hierro entre varios, si está usted caído, aislado de compañeros que puedan rescatarle y no tiene más medio de defender su vida, muy en peligro por cierto, que el arma de fuego que la propia ley le ha asignado, la use. Tirar primero al aire, después al suelo y luego a partes no vitales antes de disparar a matar es lo que hay que hacer según la normativa europea de uso de armas por parte de la policía y yo, cumplidor de ella, animo a hacerlo. Considero proporcional también que, si una unidad está cercada de agresores violentísimos que amenazan seriamente su integridad, utilicen material antidisturbios adecuado para mantenerlos a raya y no tener que entrar en el cuerpo a cuerpo en una proporción de diez a uno o más. Este material, además, ha de provocar daño y menoscabo físico suficiente en los agresores para impedirles progresar en su acción y, llegados a este extremo, doy por buena la pérdida de un ojo de un tipo que está dispuesto a acabar con mi vida. No se escandalice, hombre, ponga en un platillo de la balanza un ojo del que escribe y en el otro la vida de su madre y verá como lo tiene claro. Considero proporcional, finalmente, denunciar y poner a disposición judicial al mando que envía a sus hombres y mujeres a cumplir su cometido sin medios humanos ni materiales, sin organización y planificación suficientes, poniéndolos en peligro por su manifiesta incapacidad para el cargo. Seguramente le absolverán, pero se empezará así a poner un necesario límite a tanta iniquidad. Es momento de que los funcionarios policiales se planteen seriamente poner pie en pared. La unión de sindicatos y asociaciones policiales, poner contra las cuerdas al gobierno y frenar esta espiral de indignidad es hoy más necesario que nunca.
Lo dije al principio, existe una doble vara de medir propia de jueces y políticos que no merecen la alta responsabilidad que ostentan, también la hay en una sociedad que, desde el momento que defiende y jalea la violencia, lleva en su frente la marca de Caín. Pero no se preocupe si es usted de los que agradecen poder descalabrar a un madero en fin de semana ahora que no se puede ir a los bares. Este tipo de artículos no los lee nadie.